Tormento eterno
Capitulo II
Jorge abrió los ojos y lo primero que vio fue el cielo teñido de sangre.
Las
náuseas y su cerebro ofuscado evitaban la más mínima atención a la
peculiaridad del cielo. Estas sensaciones empezaron lentamente a ceder,
pero no completamente, y en consecuencia dieron paso a lo que estaban
eclipsando. Jorge se hizo consciente de un frío que penetraba hasta sus
huesos, una jaqueca que martillaba su cráneo sin piedad y un
desagradable hedor que flotaba en el aire.
Cuando
pudo pensar con mayor claridad, se horrorizó al ver el cielo.
Rápidamente miró sus manos, las veía con completa nitidez, por lo que
desechó con alivio la idea de que sus globos oculares estaban sangrando.
Poco
a poco empezaron a surgir las preguntas. ¿Por qué el cielo es rojo?
¿Dónde esta el auto? ¿De dónde salió esta jaqueca y el mareo? Las
preguntas surgían de forma torrencial, pero ninguna respuesta siquiera
se asomaba.
Ignorando
su jaqueca por unos segundos, Jorge forzó los músculos del rostro
creyendo que eso lo ayudaría a pensar mejor. En consecuencia sólo obtuvo
un incremento de su jaqueca y sintió un insoportable ardor en la
frente. Tocándose la frente como impulso, palpó un objeto extraño y lo
puso frente a sus ojos, era un pequeño trozo de vidrio ensangrentado.
Pasó nuevamente su mano para asegurarse de retirar todos los fragmentos
incrustados y los observó con atención, eran trozos de las ventanas del
auto.
Jorge se estremeció, ya que empezaba a tener leves sospechas de lo que estaba pasando.
Con esfuerzo intentó levantarse, apoyó las manos en el suelo y le pareció que algo extraño había debajo de él.
Pálido,
se incorporó débilmente y vio sobre lo que estaba acostado, el suelo
estaba cubierto de huesos. Aterrado, empezó a extender la vista hacia el
horizonte, entonces vio que no estaba parado sobre tierra, sino sobre
un amplio mar de huesos que cubría todo el horizonte, se extendía
incluso por los cerros.
Al
barrer el terreno con la vista, se dio cuenta de que este era
reconocible por la forma del relieve. Era bastante similar al lugar por
donde iba viajando en auto, pero las cosas no eran iguales. Además de
que el terreno estaba cubierto de huesos, la carretera había
desaparecido. En los lugares donde solían haber bosques frondosos con un
verde que se extendía por kilómetros, ahora había una densa y amplia
concentración de troncos secos y árboles muertos. Las plantas eran
tallos muertos, de hojas secas y escasas, asomándose entre la marea de muerte.
Jorge
se dio cuenta de que en el suelo habían cantidades exorbitantes de
animales típicos de aquella zona. Zorros, conejos, pumas, aves, entre
otros tantos.
Con
horror Jorge se dio cuenta de que a pesar que todos ellos mostraban
señales de vida, se movían, parpadeaban y algunos caminaban.Casi ninguno
de ellos tenía las condiciones mínimas para que un animal viva.
Desnutrición,
mutilaciones, cortes y mordeduras era lo que mostraban esas criaturas.
El sufrimiento llegaba a ser palpable. El terror de Jorge se acrecentaba
más y más al ver las atrocidades, desde el cuerpo de una vaca con la
cabeza cercenada dando unos débiles pasos, hasta un zorro descansando
con las tripas afuera. Hacia donde volteara la mirada había un grotesco
espectáculo.
Entonces
la leve sospecha que había tenido mientras examinaba los trozos de
vidrio, se acrecentó y llegó a ocupar todo rincón de su cabeza. Jorge lo
negó y trató de encontrar algún argumento para refutar la idea, pero la
verdad era inminente. Jorge estaba muerto.