Tormento eterno
Capítulo I
Eran las dos de la mañana y Jorge se había detenido en medio de la carretera.
Bajándose
del auto, abrió la puerta trasera, se metió por entremedio de los
asientos y metió la mano por debajo de ellos. Después miró sobre estos, y
buscó en unas maletas, hasta que al final volvió al asiento delantero,
dio un suspiro que expresaba frustración y continuó manejando.
Horas
atrás Jorge se encontraba en su casa corriendo de un lado a otro,
subiendo maletas al auto, preparando unos víveres en la cocina,
asegurándose de que el estanque estuviera lleno, entre otras cosas.
Jorge
hacía las cosas como si el mundo fuera a desaparecer mañana y era
por una simple razón, él tenía un hijo. Se había visto obligado a
enviarlo a un colegio en la ciudad de Coyhaique, hace varios meses, ya
que en su pueblo natal el colegio solo abarca la educación básica.
Cuando
le pareció que todo estaba listo, encendió el auto y empezó el largo
camino hacia la ciudad, pero había dejado algo muy importante en la mesa
de la cocina, un termo lleno de café.
Al
pasar los minutos Jorge se encontraba con las manos firmes en el
volante y los ojos rojos. Lentamente las manos que sujetaban con fuerza
el volante se aflojaron, su cabeza cayó hacia un lado y su vista se
perdió, entonces dio un fuerte golpe a la bocina. Las manos volvieron a
sujetar con fuerza el volante y fijó su vista en el camino.
Para
su mala suerte ya había pasado de largo la última estación de servicio y
antes de ello no se había dado cuenta de la ausencia del termo. No
había pueblo o motel antes de la ciudad, la que se encontraba bastante
lejana, por lo que estaba obligado a conducir sin café todo el resto de
la noche.
Jorge maldecía en voz baja su error, pero alejó su frustración al pensar que pronto vería a su querido hijo.
De
repente tuvo una idea encendió la radio y empezó a buscar una estación
cualquiera, pero no había nada más que estática “Mi estación favorita”
pensó al escuchar la estática y subió el volumen al máximo.
El
paso de las horas lo golpeó con fuerza, lucía realmente terrible,
apenas podía mantener los ojos abiertos. Usaba todos sus esfuerzos en
mantenerse tenso, su cuerpo estaba petrificado en el asiento. Si no
fuera por los brazos, que movía de vez en cuando para girar el volante.
Se podría haber dicho que eso no era un humano, sino un maniquí. Sus
parpadeos empezaron a ser cada vez más largos, hasta que pasó lo
inevitable, Jorge se quedó dormido.